A veces no sentimos a Dios arriba. Lo sentimos dentro.
Durante años, esperé señales. Esperé respuestas. Esperé que algo “allá afuera” me rescatara. Pero hubo un momento —oscuro, silencioso, crudo— en el que entendí que la fe no siempre baja del cielo como luz divina… a veces se enciende muy bajito, dentro de una misma.
La fe de levantarte cuando nadie lo nota.
La fe de intentar una vez más.
La fe de respirar, de seguir, de llorar sin rendirte.
Esa fe interna, casi invisible, fue la que me sostuvo. No fue espectacular. Fue humana. Y fue suficiente.
No siempre necesitamos milagros. A veces solo necesitamos recordar que Dios también habita en nosotros.

Add comment
Comments